Me he ido a pasar un fin de semana en un inmueble que alquilo pero que de momento está vacío.
En aquella casa no hay nada, nada de nada asi que antes de salir tuve que preparar mi maleta como si me fuera de viaje. Me llevé lo estricto necesario: un jabón, mi cepillo de dientes, una toalla, mi almohada, unas mantas y material de cocina.
Para que te hagas una idea de cómo viví en esta casa durante estos dos días te contaré que ya que me había olvidado traer una taza para tomar mi café matinal, me serví del cazo que usaba para calentar el agua. ¡¡¡Igual que en la mili!!!
Mi casa está en un pueblo pequeño, es una casa antigua, sin nada especial… pero ahí la verdad me sentí bien, genial incluso.
No hay nada dentro de mi casa pero no por eso mi casa carece de interés, claro: hay una vista a la montaña excepcional, hay un balcón que el sol de invierno inunda cada dia al medio día y donde me instalo para comer…
De todas formas, lo que quiero decir es que durante los dos días que pasé ahí, me sentí aliviado. Pude descansar la vista en las paredes blancas y lisas. Ahí no hay libros, no hay papeles por todas partes como en mi domicilio. De hecho, como dije al principio de este post, no hay nada: ni decoración, nada. Ni un cuadro.
Pensarás que es como si hubiera pasado un fin de semana en la una celda de monasterio. Pues sí. Tal vez sí.
En todo caso, increíblemente, y no cuento historias, una toz pesada – psicosomática, claro – que arrastraba desde hace 2 meses desapareció como por arte de magia.
Sin lugar a dudas podemos hablar de terapia. (¿Terapia Zen?)
Recuerdo que una señora me contó que se había curado del cáncer sin recurrir a la quimioterapia sino justamente aligerando su vida: tirando todo lo que no le servía.
Me enseñó su casa y francamente se parecía un poco a la mía, la que alquilo. (Me refiero al contenido y a la decoración.)
Así que suelta lastre y seguro que te sentirás mejor.
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Además, he desarrollado un método especial basado sobre la idea de que el contexto nos influye mucho – muchísimo -.
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