La injusticia suele generar mucho malestar. En general, pero más aún cuando es institucional. Las victimas se quedan desconcertadas, indignadas, desamparadas. Algunas de ellas deciden aceptar la situación, convencidas de que las cosas son así. Otras prefieren luchar, para defender sus derechos o incluso, de manera más altruista, para que no les pase a los demás lo que les ha pasado…
Dicho esto, desafortunadamente, muy pocas veces, conseguirán así rebajar su nivel de ansiedad.
Por lo tanto, ¿qué podemos hacer frente a la iniquidad? Hace unos días hice la pregunta a un viejo amigo – de casi 80 años – Le pregunté cómo reaccionaban en la época de Franco cuando eran víctimas de injusticia.
La verdad es que su respuesta me encantó, a la vez que me sorprendió. Me contestó, simplemente: “Con el humor.”
Efectivamente, ¿qué podían hacer frente a un poder deshumanizado sino reírse de él?
De hecho, así lo explica el historiador Gabriel Cardona, autor del libro: “Cuando nos reíamos de miedo”: En la dictadura de Franco, el humor se intensificó, explica en una entrevista, y eso por dos motivos: porque había una férrea censura y porque con la situación que se vivía existía la necesidad de descargar tensiones.
Me hizo recordar que varios buñoleros me contaron que justamente su famosa Tomatina empezó como rebelión al poder: concretamente, tirando tomates a guardias civiles.
Sé que hay varias versiones sobre el origen de la fiesta pero me gusta mucho esta. La veo muy plausible. Además mis fuentes me aseguraron que la idea no era de enfrentarse directamente a los representantes del orden, sino simplemente derribar su tricornio.
Me imagino la escena… unos gamberros escondidos en una esquina, lanzando tomates, ¡como si estuvieran disparando a botes en la atracción de una feria!!!
Entre nosotros, me pregunto si no podríamos tener constantemente unos tomates en el bolsillo para sacarlos frente a algunos pequeños dictadores – y dictadoras – modernos, que desde luego ya no llevan bigote ni tricornio, ¡pero que siguen rondando por ahí!
Naturalmente, Juan, mi amigo, me confirmó que antiguamente las personas detentoras de autoridad eran frecuentemente objetos de burlas o bromas.
Un día, me explicó, justo antes de misa, esperó con otros tres amigos a un sereno que se comportaba como un sargento de la guardia civil, para, juntos, “mantearlo”, es decir cada uno cogiéndolo un miembro, sacudirlo como si de una manta se tratara.
Según mi amigo, en la dictadura, había mucho humor: “La gente hasta hacia chistes sobre el hambre.”, afirma.
A modo de ejemplo, esta vez me contó que de niño cuando sólo tenía pan para comer, cortaba la rebana en dos, y cuando le preguntaban lo que estaba merendado, contestaba: “Pan con queso”, añadiendo: “Como ves, en la mano izquierda, tengo el queso y en la derecha, el pan.”
Francamente, pienso que hoy día solemos ser demasiado racionales: parece que queramos demostrar a toda costa que tenemos la razón, que tenemos derechos, en lugar de aceptar que la injusticia forma parte de cualquier sociedad humana.
En todo caso, estoy convencido de que el humor no verbal, la broma por ejemplo – que puede incluso ser pesada -, nos ayudaría a desdramatizar situaciones en las cuales nos sentimos impotentes y por lo tanto a estar emocionalmente mejor…