La ansiedad es una emoción que todos experimentamos en algún momento de nuestra vida, pero para algunas personas puede ser un problema crónico que afecta a su bienestar.
Yo soy una de esas personas que ha sufrido de ansiedad desde la infancia, y sé lo difícil que puede ser encontrar la felicidad cuando tienes miedo, inseguridades o preocupaciones constantes.
Sin embargo, a lo largo de los años he aprendido a manejar, gestionar digamos, la situación.
En este artículo voy a compartir contigo algunas de las estrategias que me han ayudado a lograrlo.
Reconocer y aceptar el problema
El primer paso para mejorar mi vida fue reconocer y aceptar que tenía un problema de ansiedad. Durante mucho tiempo intenté negarlo, ocultarlo o minimizarlo, pensando que era algo normal o que se me pasaría sólo. Pero eso sólo hizo que me sintiera más solo, incomprendido y avergonzado.
Cuando decidí buscar ayuda profesional, me di cuenta de que la ansiedad es un trastorno muy común. De hecho, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la ansiedad afecta a más de 260 millones de personas en el mundo. (Incluyendo los diferentes tipos de ansiedad, como el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno de pánico, el trastorno obsesivo-compulsivo o las fobias.)
Aceptando mi ansiedad, pude entonces avanzar. También pude comunicarles a mis seres queridos lo que me pasaba y cómo me sentía, lo que me permitió recibir su apoyo y comprensión.
Seguir un tratamiento adecuado
El segundo paso que di para mejorar mis relaciones fue seguir un tratamiento adecuado para mi ansiedad.
Hay muchos. Yo, por casualidad, entré en un proceso humanista.
Concretamente, me metí en una terapia cuyo objetivo principal era ayudarme a descubrir mis fortalezas.
Con el apoyo de una psicóloga, aprendí a aceptarme a mí mismo tal y como era.
También aprendí a enfrentar gradualmente las situaciones que me provocaban ansiedad, como tratar a mis padres, que no comprendían porque les había salido un hijo diferente.
Además de la terapia psicológica, por momentos tomé medicación, pero muy poca.
La verdad es que no me sentaron bien los tranquilizantes y somníferos que me recetaron en aquella época. (¡Hace ya 38 años!)
Practicar hábitos saludables
El tercer paso que di para salir de la ansiedad fue cultivar hábitos saludables que me ayudaron a prevenir y afrontar mi problema.
Estos hábitos consistieron en:
- Hacer ejercicio físico regularmente. Lo sabes: el ejercicio físico libera endorfinas, unas sustancias químicas que producen sensación de bienestar y placer. Personalmente, empecé a practicar senderismo.
- Llevar una alimentación equilibrada. Una alimentación equilibrada aporta los nutrientes necesarios para el funcionamiento óptimo del cerebro y del cuerpo. Recuerdo que hasta me compraba suplementos dietéticos.
- Evitar el consumo de alcohol, tabaco, etc. Es evidente: estas sustancias pueden alterar el equilibrio químico del cerebro y provocar o agravar la ansiedad. En mi caso, dejé de fumar.
- Meditar o practicar técnicas de relajación. La meditación o las técnicas de relajación, como la respiración profunda, el yoga o el mindfulness, ayudan a calmar la mente y el cuerpo. Personalmente me aficioné a la sofrología. Cada semana iba a tumbarme en la consulta de una sofróloga.
Practicando hábitos saludables, pude mejorar mi estado de ánimo, mi energía y mi salud. También pude disfrutar más de las actividades que me gustan y compartir más tiempo de calidad con mis seres queridos.
Establecer límites
El cuarto paso que di para liberarme de la ansiedad fue establecer límites. (Los límites son las normas o los acuerdos que regulan lo que cada persona puede hacer o decir en una relación.)
Los límites ayudan a proteger la integridad, la autonomía y el bienestar de cada uno, así como a evitar conflictos, abusos o malentendidos.
Como persona ansiosa, a veces me resultaba difícil establecer límites, por miedo al rechazo, a la crítica o al abandono.
Por ejemplo, a veces me sentía obligado a hacer cosas que no quería o que me hacían sentir incómodo, sólo por complacer o agradar a los demás.
Con la ayuda de la terapia, aprendí a reconocer y expresar mis necesidades, deseos y opiniones, sin sentirme culpable ni egoísta.
También aprendí a respetar y aceptar los de los demás, sin juzgarlos o manipularlos.
Buscar apoyo… y ofrecerlo
El quinto y último paso que di para liberarme de la ansiedad fue buscar apoyo. (Por apoyo, me refiero a la ayuda que los demás pueden brindarnos, como humanos.)
Bueno, cuando digo que busqué apoyo, quiero decir que fui al encuentro de los demás. La verdad es que el apoyo vino solo.
Como persona ansiosa, a menudo me sentía solo, incomprendido o rechazado por los demás. Pensaba que nadie podía entender lo que me pasaba. Por eso, a menudo me aislaba o me retraía de la vida social.
Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que no estaba solo, y de que había muchas personas dispuestas a apoyarme y hasta capaces de comprenderme.
También me di cuenta de que yo podía apoyar y acompañar a otras personas que lo necesitaran, ya fuera por tener ansiedad u otro problema.
Fue entonces cuando decidí estudiar psicología.
Buscando y ofreciendo apoyo, pude fortalecer mis vínculos afectivos y sentirme más integrado y valorado. También pude ampliar mi red social y conocer a personas con experiencias similares a las mías.
En conclusión, salir de la ansiedad es posible. Para eso hay que reconocer y aceptar el problema (no hay curación sin confrontación), seguir un tratamiento adecuado (¡yo te recomendaría una terapia psicosocial!), cultivar hábitos saludables, establecer límites y respetar los ajenos, así como buscar apoyo y por supuesto, ofrecerlo también.
Estas son algunas de las estrategias que me han funcionado a mí, pero – evidentemente – cada persona es diferente y puede encontrar otras formas de salir de la ansiedad. Lo esencial es no perder la esperanza ni rendirse.
Recuerda que la ansiedad no te define como persona.
Desde luego, tú eres mucho más que tu ansiedad.