En la vida cotidiana, la comunicación con los demás no es fácil.
Mucha gente no puede evitar manipular, atacar, ir de victima, quejarse…
Por ejemplo, sea cual sea el tiempo: o bien hace calor, o bien frio. Haya lo que haya, nunca está bien, nunca es bastante. Siempre hace falta algo diferente, o algo más… Parece que no exista el buen tiempo, ni la justicia, ni la igualdad, ni nada…
Recuerdo a una amiga que se quejaba siempre del sueldo de su pareja. Aunque él le señalara que su nivel adquisitivo no había variado desde que se conocían… y que durante los primeros años de su relación ella estuvo conforme.
Muchas personas se comportan también de manera irresponsable. Sobre todo jóvenes, pero no sólo. «Me centro exclusivamente en el presente, no pienso en el futuro.»
Me hace pensar en el hijo de una amiga que siendo padre de familia sale todas las noches, bebe y hasta se droga.
Casos de este tipo hay miles: de hecho, cada día descubro uno. Un clásico podría ser: gastar sin contar y cuando se llega a final de mes, quejarse.
Justamente ayer mismo una tía mía me contó que se había quedado sin dinero. Cuando le pregunté qué había hecho con los 3000 euros que había cobrado dos semanas antes, se conformó con contestarme: “Han volado.”
Ahora bien, ¿qué hacer?
Como reaccionar frente a los irresponsables? Nuestra tendencia “natural”, o al menos por la cual nos han criado, consiste en tranquilizar, en buscar una solución… “No te preocupes, hijo, voy a trabajar más.”, “¿Te has quedado sin dinero, tía? Toma, y que lo aproveches.”
En realidad, antes de tomar una decisión, nos toca siempre analizar la situación. ¿Se trata de la primera vez, de un accidente? Concretamente, ¿mi amiga se encuentra agobiada y se le escapa un comentario desafortunado? ¿Mi tía ha calculado mal, ha tenido gastos imprevistos? En estas condiciones, callemos, ayudemos, etc. A cualquiera le puede suceder.
El problema es cuando la situación se repite, y se repite… Entonces algo falla.
¿Hay que callar y aguantar siempre? ¿Tenemos que apretarnos el cinturón para ayudar? ¿O tenemos que enfadarnos? ¿O incluso romper la relación?
Son posibilidades.
Como se diría en análisis transaccional, si tenemos tendencia a actuar desde el Padre Protector, tendremos en cuenta las demandas repetidas. En cambio si solemos reaccionar más bien desde el Niño, nos enfadaremos. O quizás las dos cosas. Primero el Padre y luego el Niño… o al revés.
Dicho esto, hay otra manera de reaccionar: desde el Adulto. No es nada fácil, lo sé, pero es posible. Pienso que en estos casos tendríamos que controlar nuestras emociones. No ceder a la tentación de proteger ni seguir nuestros sentimientos.
El Adulto no subvenciona lo que algunos llaman la depredación emocional o la mala gestión económica. El Adulto hace pensar, sin enfadarse y sin solucionar la vida de los desgraciados.
“¿Te sientes agobiada por la falta de dinero? ¿Qué se podría hacer para aumentar los ingresos de la pareja?”, “De nuevo te has quedado corta de dinero, tía: ¿Qué puedes hacer ahora? ¿Vender joyas? ¿Trabajar? Etc.”
En todo caso, pienso que en la vida cotidiana estamos muy a menudo solicitados emocionalmente y por lo tanto vale la pena trabajar y desarrollar nuestro Adulto.
¿Cómo? Esa es otra historia que te contaré en otra publicación…